Las transformaciones interiores que suceden entre lo doce y los catorce años, cuando el niño cursa los niveles de sexto a noveno grado, hace que este pase a considerar el mundo de un modo realista, a utilizar su mente como instrumento objetivo, preparándose para hacer abstracciones.
Ahora puede observar a sus padres y maestros más vigilante que antes y pone a prueba su autoridad, no para librarse de ella, sino para asegurarla y conservarla.
El joven ha adquirido la madurez precisa para mirar con los sentidos despiertos el mundo de la realidad y con un deseo de aprender.
A la edad de los once y sobre todo a los doce años, el esqueleto se hace más pesado y los movimientos más torpes y recios. El afán de oposición aumenta. La profunda transformación interior que aparece como efecto anticipado de la pubertad física proyecta sus sombras, pero también las fuerzas del intelecto y del sentido de la responsabilidad que el maestro debe alimentar para ver surgir la hermosura y el vigor de esta edad.