Antes de los siete años el niño no está capacitado para hacer abstracciones propiamente dichas. Se consiente que el niño sea niño, que viva la fantasía de su primera infancia. La maestra y los niños encuentran en el juego su espacio vital. Para ello no requieren de muchas cosas ni de juguetes especializados que sólo se puedan usar para un fin determinado que no estimula la imaginación. Los jardines de infancia Waldorf tienen muy pocas cosas acabadas. Naturalmente hay crayolas, tizas, pinceles, papel para pintar, arcilla, sillas y mesas, etc.; pero sobre todo allí hay piedras, trozos de madera, conchas, ramas, troncos de graciosos contornos, tacos de palo de diversas formas, telas de colores, para que el niño pueda hacer realidad los atributos de su fantasía creadora. También son importantes las cosas “de verdad” como cuadros, objetos de barro, vasos de vidrio, telas, lanas, cartones. Pero lo más importante de todo, serán las cosas imaginadas que aparecen en el juego libre de cada niño, o colectivamente en grupo. De esa manera los niños pueden viajar a lejanos países en una alfombra mágica para luchar contra gigantes y dragones, invitar a comer a su casa a un forastero con comida hecha de puro aire, etc.